Emilio Sardi. El País julio 22-2015
Luce
como si el reciente titular que nos informaba que “El dólar sigue por
las nubes” debiera cambiarse a “El dólar va para las nubes”. Porque el
hecho es que nadie sabe a dónde irá a parar la tasa de cambio en los
próximos meses, pero no es presumible que deje de subir.
A
pesar de la necesidad de objetividad, la mayoría de los ‘analistas’ y
‘expertos’ que iluminan a los colombianos con sus pronósticos económicos
parecieran basar sus estimados en factores ajenos al país, y les
asignan una trascendencia que no tienen para nosotros a eventos que van
desde un aumento de un cuarto de un uno por ciento en la tasa de interés
en EE.UU. hasta la crisis griega. Por eso, hace apenas seis meses el
Ministro de Hacienda hablaba de una tasa promedio para el año de $2.300.
¡Si lo que debemos hacer es mirar a nuestra propia realidad!
Nuestra
realidad es que lo que está sucediendo con la tasa de cambio nace de
una balanza comercial estructuralmente deficitaria. Por veinte años, los
fundamentalistas de la apertura delirante nos han llevado a parecernos
cada vez más a Venezuela, con una dependencia gigantesca de nuestras
exportaciones de hidrocarburos y minerales y un ataque sistemático
contra nuestro sector productivo. Ya en 2014, nuestro déficit comercial,
sin incluir las exportaciones minero-energéticas, fue US$38,7 mil
millones. Y lo que es peor, incluyéndolas y con un precio promedio del
petróleo cercano a US$100 por barril, tuvimos un déficit de la balanza
comercial, récord, de US$6.293 millones.
Con
la caída de los precios del petróleo, el déficit de nuestra balanza
comercial, que se estaba tornando inmanejable, se desbocó. En los
primeros cuatro meses del año, nuestro déficit comercial ya asciende a
US$5.060 millones, y se multiplicará en el año. Para un país que ha
entregado la soberanía del manejo de su comercio exterior a través de
una telaraña de los TLC mal concebidos y mal pactados, un déficit
comercial de esta magnitud no tiene un resultado distinto a una fuerte
devaluación.
Nuestra balanza comercial
deberá equilibrarse a través de una disminución en nuestras
importaciones y un aumento en nuestras exportaciones, y la devaluación
le restituirá competitividad al sector productivo nacional, por tantos
años asediado por un peso sobrevaluado, tanto en los mercados externos
como en el interno. Exportar no es fácil y Colombia poco ha exportado
que no sea lo que Dios le dio: petróleo, minerales y uno que otro
producto agrícola (café y banano, tradicionalmente). Por eso, es en el
mercado local, reduciendo importaciones, como se le devolverá el
equilibrio a la balanza comercial. Hasta dónde llegue la tasa de cambio
dependerá en buena medida de la velocidad con que se reduzcan las
importaciones, pero con seguridad no será los $2.300 de nuestro
despistado Ministro de Hacienda y probablemente quedará en un nivel
superior al actual.
Como sea, el dólar
‘por las nubes’ y el petróleo barato le han dado a Colombia la
oportunidad de bajarse, ahí sí, de su nube y revisar un modelo económico
que la llevó a dilapidar una bonanza petrolera como la que tuvo en
destruir su sector productivo. Debemos convertirnos en una economía
productiva diversificada, con actividad industrial, agrícola y de
servicios, sólida, sostenible, que permita innovación, desarrollo humano
y más equidad, en vez de ser, como hoy, un país abierto a hacer todo lo
que los extranjeros quieran.
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