Por: Amy Goodman y Denis Moynihan.
Esta semana se dio a conocer un
devastador informe sobre la activa participación del Reino Unido en la
invasión y ocupación de Irak, al mismo tiempo que continúan buscándose
entre los escombros los cuerpos de las personas fallecidas en el peor
atentado suicida con camión bomba que ha tenido lugar en Bagdad desde el
inicio de aquella funesta guerra en el año 2003. El documento se conoce
como “el informe Chilcot”, por su principal investigador y autor, Sir
John Chilcot. La investigación fue encomendada en el año 2009 por el
entonces primer ministro Gordon Brown. Chilcot dio a conocer el informe
de 6.000 páginas el miércoles por la mañana, tras siete años de trabajo.
El informe ofrece una larga lista de críticas al ex primer ministro
Tony Blair y su gabinete al dejar al descubierto de qué manera se
exageró la amenaza que suponían las presuntas armas de destrucción
masiva de Saddam Hussein, así como la inquebrantable lealtad que Blair
demostró al presidente George W. Bush. “Ahora resulta claro que las
políticas sobre Irak se elaboraron sobre la base de información de
inteligencia y valoraciones infundadas que no fueron contrastadas”,
afirma Chilcot en el comunicado que acompañó la publicación del informe.
Un memorando incluido en el informe,
enviado por Blair a Bush en julio de 2002, meses antes de la invasión,
comienza con la siguiente promesa hecha por Blair a Bush: “Estaré
contigo, pase lo que pase”. Muchas personas, entre ellas referentes
parlamentarios del propio Partido Laborista, piden que Blair sea llevado
a juicio por crímenes de guerra. Mientras el Reino Unido, sumido aún en
un caos político a consecuencia del referéndum que derivó en el brexit,
reacciona al informe Chilcot, la población de Bagdad no se repone aún
del atentado del sábado. La cifra de víctimas fatales del atentado se ha
incrementado hasta alcanzar las 250. George W. Bush expresó sin ningún
atisbo de arrepentimiento a través de un portavoz que “sigue creyendo
que el mundo entero esta mejor sin Saddam Hussein en el poder”. Según
trascendió, al momento de realizar estas declaraciones, Bush recibía a
veteranos heridos en su rancho de Texas.
Mientras que las fuerzas británicas
perdieron a 179 de sus miembros a lo largo de toda la guerra, las
fuerzas estadounidenses tuvieron 4.502 bajas (siete de las cuales
sucedieron en 2016). A la invasión y posterior ocupación se destinaron
miles de millones de dólares, y se destinarán miles de millones más para
el cuidado de por vida de los veteranos heridos y emocionalmente
afectados. Sin embargo, la mayor e incalculable pérdida es la que ha
sufrido el pueblo iraquí. Como lo demuestra este reciente y devastador
atentado, la guerra en Irak no ha llegado a su fin. Se han llevado a
cabo varias iniciativas para contabilizar la cifra de víctimas fatales
de la guerra. El más bajo de estos estimativos ubica la cifra entre
160.000 y 180.000 fallecidos. Algunos estudios sostienen que el número
de víctimas es varias veces mayor. Resulta imposible determinar la cifra
exacta, pero el efecto en la población de Irak ha sido devastador y los
daños se harán sentir por generaciones.
El pronunciamiento británico fue claro:
“Nuestros ejércitos no llegan a sus ciudades o a sus tierras como
conquistadores o enemigos, sino como libertadores”. Sin embargo, estas
palabras no fueron expresadas en 2003, sino en 1917. La guerra arrasaba
Europa y la Marina Británica dependía ampliamente del petróleo
proveniente de Irak y el Golfo Pérsico. Como sostiene el detallado anexo
histórico que acompaña al informe Chilcot: “Para asegurar ese petróleo
para Gran Bretaña, en la primavera de 1914, el Primer Lord del
Almirantazgo, Winston Churchill, adquirió para el Gobierno Británico el
51% de las acciones de la Anglo-Persian Oil Company o Compañía de
Petróleos Anglo-Persa”. Y fue así como todo un siglo de ocupación,
explotación, represión, violencia y dolor se ha grabado a fuego en la
vida de los iraquíes y en la historia de Irak.
Para Sami Ramadani todo esto es más que
historia. Ramadani nació en Irak pero vive en Londres desde que se
convirtió en un exiliado del régimen de Saddam Hussein. Durante mucho
tiempo se ha dedicado ha impulsar el movimiento contra la invasión y la
ocupación de Irak, pero también contra las devastadoras sanciones que
las precedieron. Poco después de que el informe Chilcot fuera dado a
conocer, Sami Ramadani dijo en “Democracy Now!”: “Irak, como sociedad,
como Estado, fue destrozado de la manera más cruel desde la Segunda
Guerra Mundial y la Guerra de Vietnam, con tácticas como la llamada de
‘conmoción y pavor’ y con crímenes en masa a una escala indescriptible.
El verdadero objetivo no era sacar al dictador, sino controlar Irak. Y
al no poder controlarlo, lo destruyeron, al igual que están haciendo con
Libia, con Siria y demás. Esto entra en esa escala. Pero la peor de las
tragedias es la pérdida de vidas”.
Un año después de la invasión, en la
cena anual de la Asociación de Corresponsales de Radio y Televisión en
Washington, D.C., el presidente Bush bromeó ante los cientos de
periodistas presentes en la cena: “Esas armas de destrucción masiva
tienen que estar por aquí, en alguna parte. Nop, por allá no hay armas.
Puede que estén aquí debajo”. Imágenes de Bush en el Despacho Oval, en
cuclillas, buscando armas de destrucción masiva bajo los muebles,
acompañaron la comedia cotidiana de aquellos días. En tiempos en que los
miembros fallecidos del Ejército de Estados Unidos eran retornados a la
Base de la Fuerza Aérea de Dover, en donde estaba prohibido tomar
fotografías de las bolsas en que se transportaban los cuerpos, y en que
los cadáveres de los iraquíes se amontonaban en las calles y las
morgues, la conducta de Bush resulta incomprensible. La guerra no es
broma. Tras el informe Chilcot, debería emprenderse una iniciativa seria
para que personas como Bush o Blair rindan cuentas por la muerte y la
destrucción que siguen teniendo lugar en Irak y en otras partes del
mundo.
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